viernes, 30 de agosto de 2013

GEORGES SOREL SOBRE EL OPTIMISMO POLÍTICO

"El optimista, en política, es un hombre inconstante, hasta peligroso, porque no se percata de las grandes dificultades que ofrecen sus proyectos… Con harta frecuencia estima que unas pequeñas reformas realizadas en la constitución política, y sobre todo en el personal del gobierno, bastarían para orientar el movimiento social de manera que atenuase lo que el mundo contemporáneo ofrece de horrorosos a los ojos de las almas sensibles… El optimista pasa con notable facilidad, de la ira revolucionaria al más ridículo pacifismo social… Si es de temperamento exaltado y si, por desgracia, está provisto de un gran poder, que le permite realizar el ideal que se forjó para sí mismo, el optimista puede conducir a su país a las peores catástrofes… Durante el terror, los hombres que más sangre hicieron correr fueron aquellos que temían el más vivo deseo de que sus semejantes llegasen a gozar de la edad de oro con que ellos habían soñado, y que así mismo mayor preocupación tenían por las miserias humanas: optimistas, idealistas y sensibles, se mostraron tanto más inexorables cuanto mayor era su sed de felicidad universal."

Georges Sorel.

Extraído de: La Verdad Vencerá

jueves, 22 de agosto de 2013

ERNST NIEKISCH, UNA VIDA REVOLUCIONARIA

Artículo original de Pueblo Indómito


Ernst Niekisch nace en Trebnitz, Silesia, el 23 de mayo de 1889, en el seno de una familia de artesanos, siendo su padre limador. Cursa la carrera de magisterio en una época en la que los hijos de los obreros no solían estudiar, por lo que alguna vez sufrió la discriminación de alguno de sus compañeros, cosa que le impulsó aún más hacia una cosmovisión revolucionaria de la vida. Acaba el estudio de magisterio en 1907 y trabaja como profesor en Augsburgo, capital de Suabia. En 1914 se alista al ejército, pero problemas de visión le impiden entrar en combate. Es por ello que se dedica a otras actividades dentro del ejército.  

En el mes de octubre de 1917, una vez fuera del ejército, ya casado y con un hijo, decide afiliarse al Partido Socialdemócrata (SPD) además empezar a interesarse en la Revolución Bolchevique. Niekisch colabora con el periódico que edita el partido, titulado Schwäbischen Volkszeitung. Con el resultado de la guerra aún no decidido se pasa a la sección más izquierdista del SPD, que a su vez era la más internacionalista.

Con la proclamación de la República y los procesos revolucionarios de noviembre de 1918, Ernst Niekisch funda un Consejo de Obreros y Soldados en la ciudad de Augsburgo, del cual sería el presidente, con un funcionamiento similar a los soviets rusos. Vota en contra del establecimiento de la República Soviética de Baviera, debido a que la región contaba con una gran presencia agraria-conservadora que pondría muchas trabas a los experimentos socialistas. Encabezando el Gobierno Provisional y el Comité de Obreros y Soldados, propone un gobierno conjunto del SDP, UDSP y BB (Liga Campesina), hecho que fue rechazado.

Los Freikorps, antiguos soldados de fuerte carácter anticomunista, colaboraban en ese momento con la República de Weimar, por lo que entran en Múnich, para acabar con el experimento soviético del que Niekisch formaba parte destacada. Ernst Niekisch es detenido por estas fuerzas paramilitares el 5 de mayo de 1919 y encarcelado durante dos años en una fortaleza militar. Ese mismo día se afilia al Partido Socialdemócrata Independiente (USDP). Mientras estaba encerrado, el USDP vuelve al SDP, partido por el que conseguirá acta de diputado en el Parlamento Bávaro en el 1922. Renuncia al acta en 1923, al aceptar un puesto en el Gran Sindicato Textil, por lo que se traslada a Berlín.

Dentro del partido seguía ocupando parte del ala izquierda en el sentido revolucionario, obrerista y laboral, pero ya había abandonado el internacionalismo que lo caracterizó durante la guerra. Y se opuso tanto al Tratado de Versalles como a las reparaciones de guerra que impuso. También rechazó de pleno las nuevas fronteras que impusieron a Alemania. Quería que el SDP canalizara este rechazo a Occidente a través de un patriotismo socialista. Poco a poco las posiciones de Niekisch son molestas para el partido por lo que en 1926 lo abandona antes de que se supiese el resultado del expediente de expulsión abierto hacia él, con un resultado que pocos dudaban.


Es en el mes de julio de 1926 cuando publica el primer número de su revista Widerstand (Resistencia) en torno a la cual logrará reunir a gran cantidad de apoyos, tanto nacionalistas como socialistas, desde antiguos Freikorps a miembros de partidos izquierdistas. En esta publicación se abogaba por un socialismo revolucionario, un nacionalismo prusiano y el rechazo a Occidente, así como al pacto con la Unión Soviética para derrotar al sistema capitalista. En 1928 se incorpora como ilustrador de la revista, y de la editorial recién fundada con el mismo nombre, Paul Weber, que en las ilustraciones de los años posteriores demostraría una gran crítica al régimen nacionalsocialista de Adolf Hitler, al que consideraban poco o nada socialista. Es por ello que la publicación sería prohibida y Ernst Niekisch encarcelado en 1939, tras un paso por París donde conoció a Karl Otto Paetel.

Pasó toda la Segunda Guerra Mundial encerrado y fue liberado al paso del Ejército Rojo. Es liberado en abril de 1945 medio ciego. Tras la unificación del Partido Comunista y el Partido Socialista en el Partido Socialista Unificado (SED), al que se afilia. Sin embargo acabó enfrentado completamente al partido puesto que él buscaba la vía alemana al socialismo, y no unas directrices impuestas desde Moscú. Al mismo tiempo había defendido a Stalin por centrar el socialismo en un solo país, a su visión, una especie de nacional-comunismo. Fue elegido diputado del SED, pero finalmente marchó a Berlín Occidental en 1963, y permanecería allí hasta su muerte el 23 de mayo del 67. 

FUENTES CONSULTADAS




miércoles, 21 de agosto de 2013

EL SENTIDO SOCIAL DEL FASCISMO

Ernesto Giménez Caballero



Hasta ahora que ha llegado la República a España, para seguir despertando a España –tras el clarinazo de la Dictadura– de una modorra casi secular, ha sido difícil y peligroso hablar en serio del Fascismo entre nosotros.

Los interesados en mantener el equívoco –y son muchos en España– habían hecho creer a las buenas gentes que el Fascismo significaba algo negativo, reaccionario, capitalista, monárquico, clerical y tiránico del pueblo. Habían hecho creer a nuestras buenas gentes –y son muchas en España– que el Fascismo era algo así como un pronunciamiento a lo siglo XIX.

Pero las cosas se han precipitado de tal modo que en el ambiente español –y en el ambiente europeo– que la palabra «Fascismo» va teniendo un nuevo sentido, un nuevo sentido salvador, positivo, social y universal.

Hoy Europa –y el mundo– están divididos en tres campos de lucha: el «campo comunista», que desea arrasar con su avalancha, oriental y bárbara, toda una civilización secular, hecha entre lágrimas, heroísmos y sangre; el «campo liberal socialdemócrata», que con sus anticuados órganos de Gobierno (Parlamento, sufragio universal) quiere por un lado contener inútilmente el cataclismo, y por otro, instaurar un iluso equilibrio de fuerzas sociales, a base del mito de «la libertad individual». Y por último, el «campo fascista», que aceptando las masas sociales y los procedimientos de acción directa propios del comunismo, salva con ellos cierta autonomía individual, salva esencias imponderables de la civilización europea, y organiza de nuevo el mundo en una paz equilibrada, en una armonía de Capital y de Trabajo, en un sentido corporativo del Estado.

Frente al «Comunismo», que todo lo quiere para la «Masa» («todo el poder para el Soviet»), y frente al «Liberalismo», que todo lo quiere para el «individuo», llega el «Fascismo», para integrar estos dos factores en un único cuerpo o «Corporación». La derecha y la izquierda sirven en el Fascismo a un solo cuerpo: «el Estado.» Lo mismo que en el hombre, la derecha y la izquierda le sirven para la lucha del cuerpo y del alma.

Roma, otra vez en la historia, ha resuelto la gran ecuación social. Como en tiempos de César, de San Pablo, de Constantino, de San Agustín, de Santo Tomás, de Campanella, de San Ignacio.

Mussolini tiene ese sentido profundo en la nueva historia del mundo. Siendo socialista, marxista, aportó en su movimiento el «genio de Oriente», comunista, y admitió las masas al Poder. Pero siendo también europeo, aceptó la función de la «iniciativa privada», del capital, y la libertad, para que las masas pudieran moverse.

Es hora ya de decir que el Fascismo, consecuencia de la Revolución rusa, es el triunfo de lo social: nacionalizado, universalizado, racionalizado.

Ni Oriente ni Occidente, sino lo universal, lo ecuménico. Ni Moscú ni Ginebra: Roma.

Por eso los que visitan Italia, tras diez años de este régimen tan nuevo y tan antiguo, tan moderno y tan tradicional, observan que el secreto y el sentido del Fascismo es «fundamentalmente social».

El Capital no ha sido aplastado por la Masa. Sino controlado por el Estado, para que sirva a la Masa, a los humildes. El trabajador en el régimen fascista, lo es todo. Es el auténtico régimen de los «trabajadores». Los trabajadores en el Fascismo han ascendido a primera clase social. Todo está en el Fascismo, en vista de la producción nacional.

Y el trabajador, ascendido a primate histórico, ha dejado de ser proletario. Y es patriota, y es espiritual, y siente ansias nobles de expansión y de dominio, de gloria.

La Historia se repite porque es siempre la misma. Antiguamente se decía: «Todos los caminos llevan a Roma.» Hoy lo podemos repetir. Sobre todo, los pueblos que nacimos del genio romano. Y es porque Roma, con el Fascismo, ha encontrado de nuevo la «solución de la Historia», la salvación de Europa, el «sentido de lo social».