miércoles, 17 de junio de 2015

EL BOLCHEVISMO, REVOLUCIÓN NACIONAL RUSA

Por Ramiro Ledesma Ramos


La conquista del Poder por el marxismo en Rusia es, sin ninguna duda, el primer fruto subversivo de la época actual, en el orden del tiempo. Cada día que pasa se hace más fácil comprender el verdadero carácter histórico de la revolución soviética, el papel que le corresponde en el proceso de realizaciones revolucionarias inaugurado a raíz de la Gran Guerra. Su legitimidad, entendiendo con esta palabra sus títulos a presentarse como una manifestación positiva del espíritu propiamente actual, es incuestionable. Ahora bien, apresurémonos a decir que esa contribución valiosa y positiva lo es en el grado mismo en que resultaron fracasadas y fallidas las apetencias más profundas que informaron sus primeros pasos.

En efecto, pudo creerse y pudieron también creer naturalmente los animadores rojos hacia 1920-21, que la llamarada soviética se disponía a ser la bandera única de la revolución universal, es decir, que toda la capacidad trasmutadora de nuestro tiempo iba a polarizarse y unirse en el único objetivo mundial de instaurar la dictadura proletaria, con arreglo a los ritos, a la mecánica y a los propósitos del marxismo. Tal creencia es ya hoy un error absoluto, y no tiene creyentes verdaderos ni en el mismo Comité supremo de la III Internacional. Y ello no porque resultasen falsas las características subversivas del presente momento histórico, es decir, no porque se haya abroquelado o impermeabilizado la época para toda hazaña revolucionaria, sino porque los moldes trasmutadores bolcheviques no se han ajustado ni han monopolizado los valores realmente eficaces de la subversión moderna.

La revolución bolchevique triunfó en Rusia no tanto como revolución propiamente marxista que como revolución nacional. El fenómeno no es nada contradictorio y tiene una explicación en extremo sencilla. En el año 1917, en plena guerra europea, culminaban bajo el cielo ruso todas esas bien conocidas monstruosidades que eran la base del régimen zarista. Una aristocracia rectora, extraña en absoluto al ser de Rusia, antinacional, que apenas hablaba ruso sino francés, y no tenía de su papel real en la vida rusa la más mínima idea. Una alta burocracia necia, venal y de funcionamiento irritante. Y sobre todo, en 1917, la realidad cruda de la matanza guerrera, a las órdenes de Estados mayores continuamente reñidos con la victoria, en plena y absoluta desorganización, bloqueadas y castigadas las masas por todas las furias imaginables, por el hambre, la desesperación y la impotencia. En esas condiciones, los bolcheviques eran los únicos que podían dar las consignas salvadoras de la situación, consignas que no eran otras que las de curar el dolor de cabeza cortando si era preciso la cabeza.

Había quizá que aniquilar completamente a Rusia para hacer posible sobre aquel suelo, y con aquellas grandes masas rusas supervivientes de campesinos, de obreros y de soldados, una sociedad nacional. Los bolcheviques eran los únicos, repito, que podían manejar sin escrúpulos una palanca aniquiladora de tal magnitud. Los únicos que podían jugar con entereza la carta que se requería, y que era nada menos la liquidación definitiva de la Rusia histórica. Su victoria y su triunfo parecen innegables. Jugaron la carta de Rusia y la ganaron. Incorporaron desde luego una cosa que en esta época no sólo no es nada despreciable sino principalísima y fértil: un nuevo sentido social, una nueva manera de entender la ordenación económica y una concepción, asimismo nueva, del mundo y de la vida. Con esos ingredientes han forjado su victoria. Pero entendámoslo bien: esa victoria no es otra que la de haber edificado de veras una Patria. Es una victoria nacional.

Que la revolución soviética sea en efecto la revolución mundial es cosa que parece ya resuelta en sentido negativo. Es más, la Rusia actual no sacrificaría un adarme de sus intereses nacionales por incrementar y ayudar una revolución de su mismo signo en una parte cualquiera del globo. No pondría en riesgo su vida, la vida de la patria rusa, ni comprometería esa arquitectura social, industrial y guerrera que ha edificado con tanto dolor y tanta ilusión a través de veinte años.

¿Puede ser la Rusia bolchevique un espectáculo normal para el resto del mundo? ¿No es una provocación y un peligro para los demás pueblos? Una contestación reaccionaria a esas dos interrogantes la consideramos en absoluto inadmisible. Desde el punto de vista del espíritu de la época, es decir, para quien de veras se sienta dentro de la realidad operante en esta hora del mundo, la Rusia bolchevique es una nación más, provista de un régimen social más o menos apetecible, en parte monstruoso y en parte interesante para nosotros. ¿Es que el reconocimiento de las naciones como tales se hace en virtud de similitudes de régimen y costumbres? ¿Depende del tipo de Código civil en ellas vigente?

Discurso a las Juventudes de España, pp. 41-42

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