martes, 16 de junio de 2015

DISOCIAR LA IDEA DE ESPAÑA DE LA IDEA DE NACIÓN ESPAÑOLA

Por Gustavo Bueno


Intentamos, en resolución, probar la necesidad de disociar conceptualmente la Idea de España (en cuanto a su esencia o estructura) de la Idea moderna de Nación, aún reconociendo que estas Ideas son inseparables en momentos determinados del proceso histórico. No será necesario, en cambio, encarecer la importancia de estas distinciones en momentos en los cuales, a los veinte años de aprobada la Constitución de 1978, se habla de una reforma orientada al reconocimiento de las «nacionalidades históricas» (o prehistóricas) como naciones políticas, y, consecuentemente, como Estados soberanos; en momentos en los que se niega (por ejemplo, por los presidentes de los partidos nacionalistas correspondientes , el señor Arzallus, el señor Jordi Pujol) que España sea una nación, y se exalta el significado progresista de las supuestas nacionalidades periféricas (en Cataluña, en el País Vasco, en Galicia), descalificando el «nacionalismo español» como mero residuo del franquismo y aun de su «Frente de Juventudes». Los llamados nacionalistas, al negar que incluso el resto de la España que queda, apartada las nacionalidades históricas, sea una nación («es sólo un conglomerado de naciones con algún sentimiento común, derivado de su pertenencia histórica a un Estado más o menos opresor»), proponen, en el mejor caso, una federación o una confederación de naciones o pueblos peninsulares; y en el peor, una simple desmembración o balcanización de la Península y de sus islas adyacentes, a partir de la cual las «naciones históricas», encerradas en esta «cárcel de naciones» que habría sido España, pudieran, al fin, alcanzar su libertad, o, como se llega a decir por alguien, su «liberación nacional».

Se trata, sencillamente, por nuestra parte, de sacar a la Idea de España, en el contexto de los debates de la Constitución de 1978, del tablero en el que los nacionalistas periféricos (y, por cierto, también buena parte de los que se consideran afectos a la izquierda más genuina y fundamentalista) la encierran de hecho, a saber, el tablero de las nacionalidades, y entre ellas la llamada «nacionalidad española». Proyectado (o reducido) el problema de España a planteamientos dados en semejante tablero, acaso nos viéramos condenados a tener que «elegir» entre disyuntivas tales como la siguiente: «España es una nación» (no siéndolo Cataluña, País Vasco, Galicia, etc.), o bien «España no es una nación» (o lo es sólo en un sentido ideológico o postizo), porque sólo podrían llamarse naciones a entidades tales como Cataluña, Euskalerría o Galicia; o dicho de otro modo, considerando legítimo y progresista, y aun de izquierda democrática, hablar de «nacionalismo catalán» o de «nacionalismo vasco» y, en cambio, ilegítimo, reaccionario o de derecha democrática, hablar de «nacionalismo español». Incluso apelando, en último extremo, a fórmulas disyuntivas tales como «España es una nación de naciones».

Pero si España, en su identidad característica, se constituye al margen del tablero nacionalista, quedaremos librados de la tarea de elegir entre estas disyuntivas, que podrán empezar a entenderse como disyuntivas capciosas. En cambio, quedaremos obligados a explicar por qué España pudo existir previamente a su constitución como nación.

España frente a Europa, pp. 80-81

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