sábado, 24 de enero de 2015

LA RELACIÓN ORIENTE-OCCIDENTE EN FILOSOFÍA

Por Alberto Buela


Muchas veces nos han preguntado ¿qué relación existe entre la filosofía occidental y la oriental?; ¿es la filosofía o el pensamiento oriental superior al occidental?; ¿por qué ellos tienen santones o mojes y nosotros tenemos filósofos o profesores?; ¿cuál es el último fundamento de la diferencia entre ambas formas de pensar?. Estas y otras muchas preguntas se realizan a diario en torno a la relación de los dos pensamientos.

En general puede decirse que en Occidente se desconoce qué es lo que se piensa en Oriente y que en Oriente se ha simplificado mucho cuál sea el pensamiento de Occidente.

Vayan pruebas al canto de un lado y de otro: hoy la cultura norteamericana reduce la cultura árabe en su conjunto a la categoría de terrorista y, por su parte, el mundo musulmán, que obviamente no abarca toda la cultura árabe, reduce Occidente a los Estados Unidos y algunos países de Europa.

A este desconocimiento mutuo, cateris paribus, coadyuva el hecho cierto y verificable de que aquellos occidentales que se lanzan a conocer el pensamiento de Oriente y todas su variadas ramas y escuelas (el Tao-Te- King de Lao-Tsé-700 a.C. para China; el budismo para la India; el sintoísmo japonés o el Zen; el sufismo para el amplísimo y variado mundo musulmán, el judaísmo talmúdico, etc.) se transforman ipso facto, no en estudiosos, sino en apologetas de aquello que se pusieron a estudiar como novedad. Es decir, pierden todo espíritu crítico sobre aquello que originalmente pretendían estudiar.

Se produce así un desvirtuado y falaz acercamiento de Occidente a Oriente por vía de estos personajes, en su mayoría mediáticos, (los Beatles, Richard Gere, Madonna, etc.) que adoptan la pose de quien todo lo sabe.

Esta parodia del saber y conocer el pensamiento oriental ha hecho mucho daño porque ha venido ocultando desde hace más de medio siglo (en nuestro país la partida de nacimiento podría ser la fecha de encuentro entre Victoria Ocampo y Rabindranat Tagore (1861-1941) y termina con el enamoramiento entre Fernando Sánchez Sorondo y Sai Baba, que tiene o tienen el récord de haberse tragado nueve penes en un solo acto «místico»).Como vemos esta relación con Oriente es muy poco seria y deja mucho que desear, sobre todo en nuestro medio.

Recordemos, al pasar, que en el orden filosófico suramericano fue el liberal Vicente Fatone, embajador en la India de la «revolución libertadora» que derrocara a Perón en el 55, quien más contactos acumuló, y otro tanto ocurrió con el transandino Miguel Serrano, pero en el caso del chileno resultó ser un nazi convicto y confeso. Como vemos la relación con la India y sus pensadores dio tanto para un zurcido como para un fregado.

Si elevamos un poco la puntería, y saliendo del plano local, podemos afirmar que el primer filósofo stricto sensu, que se ocupó del pensamiento oriental en su versión hindú fue en el siglo XIX Arturo Schopenhauer (1788-1860): «Entre las cosas y nosotros se interpone un velo engañoso, el velo Maya del que habla la sabiduría india, a través del cual y casi por encantamiento, vemos las cosas como en sueño o como efecto de una ilusión óptica: apariencia vana y fugitiva» .

Nuestra actividad regeneradora del mundo y de la vida (el querer vivir), que para Schopenhauer, es caótica, irracional y mala, halla su fundamento en el principio de la Noluntas: negación de la voluntad de vivir, no querer. Así el hombre siguiendo este principio debe convencerse íntimamente de la necesidad de la redención por el dolor. Y convencido también de la justicia del dolor como pena inevitable de esa culpa que es el querer vivir.

Así Schopenhauer llega a la conclusión que sólo la aspiración a la Nada, la absorción del propio ser en la Nada es la Noluntas.

Qué cerca que llegó el Pesimista de Danzig al axioma capital del Buda relativo a que: el sentido de la vida se halla en la extinción del yo y la supresión de la realidad tal como se nos da. El mundo es en sí malo y la existencia del hombre se reduce al sufrir.

En cuanto a la noción de nada, no la entendió en sentido nihilista (ex nihilo, nihil fit: de la nada, nada sale) al modo occidental, sino vinculada a la idea de vacío, como ocurre con todo el pensamiento oriental sobre el tema del ser y la nada. Estamos tocando acá los últimos fundamentos de la diferencia en el pensar entre Oriente y Occidente. Las nociones de ser, nada, creación, persona son sustancialmente disímiles y su traducción se hace casi imposible.

Vemos como para el mundo oriental la realidad, las cosas y el hombre, para existir verdaderamente se tienen que convertir en el símbolo de lo que son. La magistral técnica espiritual de Oriente para extinguir la realidad y el sufrimiento nos es (merced al connubio entre el yoga y el dinero) prácticamente desconocida, y poco y nada ha influido sobre Occidente cuyos pueblos son históricamente hablando partidarios de un heroísmo activo que busca transformar el mundo y dominar la naturaleza.

Una segunda aproximación seria y responsable entre el pensamiento oriental y el occidental es la que se realiza entre miembros de la llamada Escuela de Kioto y el filósofo Martín Heidegger. En el año 1921 concurre a Friburgo a participar de un seminario Hajime Tanabe, uno de los pensadores más significativos del Japón, quien expuso invitado por E.Husserl, en la época titular de la cátedra, sobre la filosofía Nishida. A él siguieron, pasando los años, el barón Kuki, (el traductor de Ser y Tiempo al japonnés), Keiji Nishitani, Tomio Tezuka, Tsuhimura, H. Hisamatsu y Daisetz Teitaro Suzuki.

De este largo diálogo que duró desde 1921 hasta la muerte de Heidegger en 1976, se puede concluir que el filósofo de Friburgo es el más comprendido de los filósofos occidentales en Oriente. Que la idea del ser como aquello que hace ser al ente, corazón de la metafísica occidental, es traducida por el pensamiento (en este caso japonés) por la idea de vacío. Que es el nombre eminente del ser para ellos.

Heidegger en sus últimos años declaró que no tenía idea de qué era lo que encontraban sus amigos japoneses en su filosofía y no creía que su pensamiento fuera comprendido acabadamente en el ámbito oriental, pues le resultaba difícil creer a ciegas que sus ideas tuvieran el mismo significado en una lengua tan ajena a Occidente.

La profundidad y consistencia de este razonamiento en el atardecer de la vida del más significativo filósofo de Occidente del siglo XX, nos obvia todo comentario. Dejemos que el lector saque sus propias conclusiones.

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