domingo, 11 de enero de 2015

A PROPÓSITO DEL ATENTADO A CHARLIE HEBDO

Por Alain de Benoist


Más allá de la indignación legítima sobre la masacre perpetrada en los locales de Charlie, ¿qué lecciones pueden extraerse de este acontecimiento? ¿Es preciso ver, como han hecho algunos medios, la prueba de que una “guerra total” se ha declarado entre el islam y la cristiandad, entre Oriente y Occidente?

 La forma abominable como han sido masacrados los colaboradores de Charlie Hebdo nos ha conmovido, naturalmente. Y lo que resulta más difícil cuando la emoción lo inunda todo, es conservar la razón. Y esto hoy es lo más necesario. Imponerse una distancia interior que permita analizar el acontecimiento y extraer lecciones. ¿Frente a qué nos encontramos? Frente a una forma nueva de terrorismo, inaugurada en Francia con los casos de Haled Kelkal y Mohammed Merah. Se distinguen olas de terrorismo precedentes (los atentados del 11-S o el atentado de Madrid), que eran concebidos y puestos en marcha a partir del extranjero por grandes redes internacionales organizadas.

Aquí, estamos ante atentados concebidos en Francia por individuos que han ido radicalizándose de manera más o menos autónoma. Han pasado progresivamente de la delincuencia al yihadismo, pero a menudo han recalado en el yihadismo. Son de una gran sangre fría, saben utilizar armas y son perfectamente indiferentes ante la vida de otros. Al mismo tiempo, son aficionados, como los hermanos Kouachi que deciden diezmar una redacción “para vengar al profeta”, pero empiezan por equivocarse de dirección, dejan huellas por todas partes, no prevén ninguna estrategia de repliegue y olvidan su carné de identidad en el coche que acaban de abandonar. Aficionados imprevisibles, lo que les hace mucho más peligrosos.

Es preciso estar atento al contagio mimético. La misma lógica mimética que ha suscitado la comunión emocional de las concentraciones espontáneas en favor del Charlie Hebdo no van a faltar émulos potenciales de Merah, de los hermanos Kouachi o de Amedy Coulibaly. Imaginen la histeria social que podría provocar la repetición a breves intervalos de atentados tales como el que acabamos de presenciar. Se han visto cosas similares en el pasado. A esto se le llama “estrategia de la tensión”.

Es preciso evidentemente hacer la guerra a los que nos la hacen, y hacerla con todos los medios necesarios. Pero hablar de “guerra total” no quiere decir gran cosa. Los yihadistas (o los imanes que lanzan fatwas) son tan representativos del islam como el Ku Kux Klan es representativo de la cristiandad. No son los yihadistas, sino los occidentales quienes han agitado el espectro del “choque de civilizaciones” que emplearon en desestabilizar a todo el Próximo Oriente y eliminar a todos los jefes de Estado árabe-musulmanes que, desde Saddam Hussein a Gadafi habían erigido barreras contra el islamismo radical. La necesidad de luchar contra las consecuencias inmediatas no debe hacer olvidar la reflexión sobre las causas primeras.

No es la primera vez que una revista es atacada de forma violenta. Recordamos especialmente atentados contra Minute o Le Choc du Mois, afortunadamente sin víctimas que lamentar. Sin embargo, en esas ocasiones existió menos empatía con esas acciones que pudieron ser mortales. ¿Dos pesos, dos medidas?

Digamos que si, en lugar de emprender con la redacción de Charlie Hebdo, los terroristas la hubieran emprendido contra la revista Valeurs Actuelles, es muy probable que las reacciones no hubieran sido las mismas. No hubiéramos visto florecer los «Yo soy Valeurs» como hemos visto florecer el «Yo soy Charlie» (del verbo “ser”, supongo, no del verbo “seguir”). La clase política gubernamental no habría hablado ciertamente de “unión nacional” (tema mitificador por excelencia, por otra parte, pues una tal “unión” beneficia siempre a los que detentan el poder y quieren beneficiarse de un consenso). Contrariamente a su predecesor Hara Kiri, Charlie Hebdo, revista liberal-libertaria, se había convertido en uno de los órganos de la ideología dominante. Ésta sabe reconocer a los suyos.

Se nos dice de manera unánime que Charlie Hebdo había hecho de la libertad de expresión su caballo de batalla. Pero el quid de sus campañas de delación ¿les habían llevado a poner a Richard Millet a la puerta del comité de lectura de las Éditions Gallimard, a remitir a Fabrice Le Quintrec de France Inter, o a Robert Ménard et Éric Zemmour de Télé? ¿La libertad de expresión puede tener límites?

Basta de hipocresía. El 26 de abril de 1999, los dirigentes de Charlie Hebdo habían llevado al ministerio del interior 173.700 firmas reclamando la prohibición del Front National. En materia de defensa de la libertad de expresión ¡podía hacerse mejor! Hace solo unas semanas, Manuel Valls declaraba que «el libro de Zemmour no merece que se lea», mientras que otro ministro pedía sin la más mínima vergüenza que «los platós de TV y las columnas de los diarios cesen de albergar tales propósitos». Y no hablemos ya del mismo affaire Dieudonné. Dicho esto, seamos justos: entre los que celebran la libertad de expresión cuando se trata de Zemmour, hay desgraciadamente muy pocos que estarían dispuestos a reclamarla para sus adversarios. Pero, «la libertad es siempre la libertad de aquel que piensa de otra manera» (Rosa Luxemburgo), lo que quiere decir que no tiene mérito defenderla más que cuando se está dispuesto a que también se beneficie aquellos a los que se execra. Pero esto es precisamente lo que rechaza la ideología dominante, comprendida en los Estados Unidos, donde el primer mandamiento permite a cada uno decir o escribir lo que quiera, pero donde las opiniones no conformistas son aún más marginalizadas de lo que lo están en Francia. Al igual que el derecho al trabajo no crea jamás un puesto de trabajo, el derecho a hablar no garantiza la posibilidad de ser escuchado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario