viernes, 23 de enero de 2015

EL SECRETO DE LA DECADENCIA

Por Julius Evola


Cualquiera que haya rechazado el mito racionalista del «progreso» y de la interpretación de la historia como un desarrollo positivo ininterrumpido de la humanidad, se encontrará gradualmente conducido hacia una visión del mundo que era común a todas las grandes culturas tradicionales, y que tiene en su centro la memoria de un proceso de degeneración, de un lento oscurecimiento, o de la caída de un mundo anterior más elevado. Si penetramos más profundamente en el interior de esta nueva (y antigua) interpretación, nos volvemos a encontrar problemas variados, entre los cuales el principal es el secreto de la decadencia.

En su sentido literal, esta pregunta no supone de ninguna manera una novedad. Si se contemplan los magníficos vestigios de las culturas cuyo nombre mismo ni siquiera ha llegado a nosotros, pero que parecen hacer alcanzado, incluso en sus aspectos materiales, una grandeza y un poder más que terrestres, se pueden difícilmente evitar plantearse problemas sobre la muerte de las culturas, y sentir la insuficiencia de las razones que son habitualmente dadas como explicaciones.

Podemos agradecer al conde de Gobineau por la mejor exposición y la más de conocida, de este problema y también por una crítica magistral de las principales hipótesis que le afectan. Su solución sobre la base del pensamiento racial y de la pureza racial comporta también una gran parte de verdad, pero tiene necesidad de ser ampliado por algunas observaciones que conciernen a un orden de cosas más elevado. Pues han existido numerosos casos donde una cultura se ha hundido incluso cuando su raza ha permanecido pura, y esto es particularmente claro en algunos grupos que han sufrido una lenta, inexorable extinción, aunque hubieran permanecido racialmente asilados como islas. Estos pueblos están hoy en la misma forma racial que en la que estaban dos siglos antes, pero es difícil encontrar en el presente la heroica disposición y la conciencia racial que poseyeron en otro tiempo.

Otras grandes culturas parecen simplemente haberse quedado rígidas como momias: desde hacía mucho tiempo estaban interiormente muertas y bastaba el menor soplo para abatirlas. Tal fue el caso, por ejemplo, del antiguo Perú, este imperio solar gigantesco que fue aniquilado por algunos aventureros salidos de los bajos fondos de Europa.

Si consideramos el secreto de la degeneración desde un punto de vista exclusivamente tradicional, resulta más difícil todavía resolverlo completamente. Es entonces una cuestión de división de todas las culturas en dos tipos principales. De una parte, hay culturas tradicionales, cuyos principios son idénticos e invariables, al margen de todas las diferencias superficiales. El eje de estas culturas y la cúspide de su orden jerárquico consisten en poderes y acciones metafísicas, supra-individuales, que sirven para informar y justificar todo lo que es simplemente humano, temporal, sujeto al devenir y a la “historia”. Por otra parte, hay una «cultura moderna», que es verdaderamente la antitradición y que se agota en sí misma en una construcción de formas puramente humanas y terrestres y en el desarrollo total de estas, en la búsqueda de una vida enteramente desvinculada del “mundo de lo alto”.

Desde el punto de vista de esta última, la totalidad de la historia es degeneración, porque muestra el declive universal de las primeras culturas de tipo tradicional y el ascenso decisivo y violento de una nueva civilización universal de tipo “moderno”.

Entonces aparece una doble cuestión.

En primer lugar, ¿cómo fue posible que esto pudiera ocurrir? Existe un error lógico subyacente en toda la doctrina de la evolución: es imposible que lo más elevado pueda emerger de lo menos evolucionado y lo más grande de lo más pequeño. Pero ¿no existe una dificultad similar en la solución de la doctrina de la involución? Como es posible que lo más elevado pueda caer? Si pudiéramos razonar por simples analogías, sería fácil tratar esta cuestión. Un hombre en buena salud puede convertirse en un enfermo; un hombre virtuoso puede volver al vicio. Existe una ley natural que cualquier considerada como emanada de sí mismo: que cada ser viviente empieza con el nacimiento, el crecimiento y la fuerza, luego viene la vejez, el debilitamiento y la desintegración. Y así sucesivamente. Pero esto es precisamente realizar afirmaciones, no explicar, incluso si reconocemos que tales analogías están efectivamente relacionadas con la cuestión aquí planteada.

En segundo lugar, la cuestión no es solamente explicar la posibilidad de la degeneración de un mundo cultural particular, sino también la posibilidad de que la degeneración de un ciclo cultural pueda transmitirse a otros pueblos y los arrastre en su caída. Por ejemplo, no tenemos que explicar solamente como la antigua realidad occidental se hunde, sino también mostrar la razón por la cual fue posible para la cultura «moderna» conquistar prácticamente el mundo entero y, porqué posee el poder de desviar a pueblos de cualquier tipo de cultura y dominar incluso allí donde los Estados de forma tradicional parecían aún vivos (basta recordar el Oriente ario). A este respecto, no basta decir que esto solamente se refiere a una conquista puramente material y económica. Este punto de vista parece muy superficial, fundamentalmente por dos razones. En primer lugar, un país que es conquistado sobre el plano material sufre también, a largo plazo, influencias de un tipo más elevado, correspondientes al tipo cultural de su conquistador. Podemos afirmar, de hecho, que la conquista europea siembra casi por todas partes las semillas de la “europeización”, es decir la forma de pensamiento racionalista, hostil a la tradición. En segundo lugar, la concepción tradicional de la cultura y del Estado es jerárquica, no dualista. Sus alcances no pudieron jamás suscribirse, sin severas reservas, a los principios del «Dar al César lo que es del César» y del «Mi Reino no es de este mundo». Para nosotros, la «Tradición» es la presencia victoriosa y creativa en el mundo de lo que «no es de este mundo», es decir del Espíritu, comprendido como una potencia que es más potente que todo poder puramente humano o material.

Es la idea de base de la visión de la vida auténticamente tradicional, que nos permite hablar con desprecio de las conquistas puramente materiales. Por el contrario, la conquista material es el signo, sino de una victoria espiritual, al menos de una debilidad espiritual o de una especie de “retroceso” en las culturas que son conquistadas y que pierden su independencia. En todas partes donde el Espíritu se considera como la potencia más fuerte, está verdaderamente presente, los medios -visibles o invisibles- no faltaron nunca para resistir a la superioridad técnica y material de todos los adversarios. Pero esto no es lo que se ha producido. Se debe pues concluir que la degeneración era ocultada tras la fachada tradicional de todos los pueblos que el mundo “moderno” ha podido conquistar. Occidente debe pues haber sido la cultura en la cual una crisis que era ya universal todo su forma más aguda. Aquí la degeneración fue equivalente, por así decir, de un golpe, y cuando tuvo lugar, rompió con más o menos facilidad de otros pueblos en los que la involución no había ciertamente «progresado» tanto, pero donde la tradición había perdido ya su potencia original y por tanto estos pueblos no fueron capaces de protegerse de un asalto exterior.

Con estas consideraciones, el segundo aspecto de nuestro problema se une al primero. La cuestión es explicar sobre todo el significado y la posibilidad de la degeneración, sin hacer referencia a otras circunstancias.

Para esto debemos ser claros a propósito de una cosa: es un error presumir que la jerarquía del mundo tradicional está basada en una tiranía de las clases superiores. Esto es solamente una concepción «moderna», completamente ajena a la forma de pensar tradicional. La doctrina tradicional concebía de hecho la acción espiritual como una «acción sin actuar»; hablaba del «motor inmóvil»; en todas partes donde utilizada el simbolismo del «polo», el eje inalterable en torno al cual todos los movimientos ordenados toman plaza (y en otro lugar hemos mostrado que este es el significado de la esvástica, la “cruz gamada”); subrayan siempre la espiritualidad “olímpica” y la autoridad auténtica, así como su forma de actuar directamente sobre sus subordinados, no por la violencia sino por la «presencia»; finalmente utilizaba la imagen del amante, en la cual se encuentra la clave de esta cuestión, tal como vamos a ver.

Solamente hoy alguien podría imaginar que los auténticos portadores del Espíritu, de la Tradición, buscan las gentes para agruparlas y ponerlas en su lugar –es decir, que «dirigen» a las gentes-, o tienen un interés personal en establecer y mantener estas relaciones jerárquicas en virtud de las cuales pueden aparecer de manera visible como los dirigentes. Esto sería ridículo e insensato. Es antes bien, no es en el reconocimiento procedente de las clases bajas, lo que está en la base de toda la jerarquía tradicional. No es lo más elevado quien tiene necesidad de lo menos elevado, sino a la inversa. La esencia de la jerarquía es que existe algo viviente como una realidad en algunas personas, que en las otras está presente solamente bajo forma de un ideal, de una premonición, de un esfuerzo ininterrumpido. Así estas últimas son fatalmente atraídas por las primeras y su más baja condición es la de la subordinación, no tanto a algo ajeno, sino a su propio “Yo” verdadero. Aquí reside el secreto, en el mundo tradicional, de toda disponibilidad para el sacrificio, de toda lealtad; y por otra parte, de un prestigio, de una autoridad, y de una calma poderosa que el tirano más sólidamente armado jamás podrá poseer.

Con estas consideraciones, hemos llegado muy cerca de la solución no solamente al problema de la degeneración, sino también a la posibilidad de una caída particular. ¿No estaríamos fatigados de oir que el éxito de cada revolución indica la debilidad y la degeneración de las clases dirigentes anteriores? Una comprensión de esto tipo es muy parcial. Esto sería, en efecto el caso si perros feroces fueran atados y bruscamente soltados: sería la prueba de que las manos que los han asido primero y soldado después se han debilitado. Pero las cosas se presentan de forma muy diferente en la estructura de la jerarquía espiritual, de la que ya hemos explicado su base real. Esta jerarquía degenera y puede ser derribada en un caso solamente: cuando el individuo degenera, cuando utiliza su libertad fundamental para negar el Espíritu, para separar su vida de todo punto de referencia más elevada, y para existir “solamente para él mismo”. Cuando los contactos se interrumpen fatalmente, la tensión metafísica, a la que el organismo tradicional debe su unidad, se diluye, todas las formas vacilan en su camino y finalmente se resquebrajan. Las cumples, naturalmente, permanecen puras e inviolables en sus alturas, pero el resto de dependía de ellos, se convierte a partir de ahora en una avalancha, una masa que ha perdido su equilibrio y que cae, primero imperceptiblemente pero con un movimiento cada vez más acelerado, hacia las profundidades y los más bajos niveles del valle. Es el secreto de todas las degeneraciones y de todas las revoluciones. El europeo, primeramente ha matado la jerarquía en sí mismo extirpando sus propias posibilidades interiores, a las cuales corresponden las bases del orden que desearía, luego, destruir exteriormente.

Si la mitología cristiana atribuye la Caída del Hombre y la Rebelión de los Ángeles a la libertad de la voluntad, entonces esto remite poco más o menos al mismo significado. Esto afecta al sorprendente potencial que permanece en el ser humano, para utilizar la libertad para destruir espiritualmente y para borrar todo lo que podría asegurarse un valor supranatural. Es una decisión metafísica: el flujo que atraviera la historia bajo las formas más variadas de la anti-Tradición, del espíritu revolucionario, individualista y humanista o para resumir, el “espíritu moderno”. Esta decisión es la única causa positiva y decisiva en el secreto de la degeneración, la destrucción de la Tradición.

Si comprendemos esto, podemos quizás comprender el sentido de estas leyendas que hablan de misteriosos jefes que existen “siempre” y no han muerto jamás (la sombra del Emperador durmiente en el interior de la montaña del Kyffhaüser). Tales dirigentes pueden ser redescubiertos sollo si se alcanza a la realización espiritual y si se despierta una cualidad en sí mismo como un metal que bruscamente, siente “al amante”, encuentra al amante y se orienta irresistiblemente hacia él. Por el momento, debemos limitarnos a esta indicación. Una explicación comprensible de las leyendas de este tipo, que nos llevaría desde la antigua cuna de los arios, nos llevaría ahora demasiado lejos. En otra ocasión volveremos quizás al secreto de la degeneración, a la «magia» que es capaz de restablecer la masa caída, sobre las cumbres inalterables, solitarias e invisibles que están todavía allí, en las alturas.

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