martes, 24 de febrero de 2015

EN DEFENSA DEL TERCER MUNDO

Por Thomas Sankara


(…)Señor Presidente

No tengo aquí la pretensión de enunciar dogmas. No soy un mesías ni un profeta. No detengo ninguna verdad. Mi sola ambición es una aspiración doble: primero, poder, en lenguaje simple, el de la evidencia y de la claridad, hablar en nombre de mi pueblo, el pueblo de Burkina Faso; en segundo lugar, llegar a expresar también, a mi manera, la voz del “Gran pueblo de los desheredados “, los que pertenecen a este mundo que maliciosamente se bautizó como Tercer Mundo. Y decir, si no logro darlos a entender, las razones que tenemos para rebelarnos.

De todo esto denota el interés a que nos referimos en la ONU, las exigencias de nuestros derechos que toman allí un vigor y el rigor de la conciencia clara de nuestros deberes.

Ninguno se asombrará de vernos asociar el ex Alto-Volta, hoy Burkina Faso, con este trastero despreciado, el Tercer Mundo, al que otro mundo inventó en el momento de las independencias formales, para asegurar mejor nuestra alienación cultural, económica y política. Queremos insertarnos en él sin justificar esta estafa gigantesca de la Historia. Todavía menos para aceptar ser “el trasero del mundo de Occidente”. Pero para afirmar la conciencia de pertenecer a un conjunto tricontinental y admitir, como no alineados, y con la densidad de nuestras convicciones, que una solidaridad especial une estos tres continentes de Asia, de América Latina y de África en el mismo combate contra los mismos traficantes políticos, los mismos explotadores económicos.

Reconocer pues nuestra presencia en el seno del Tercer Mundo es, parafraseando a José Martí, “afirmar que sentimos sobre nuestra mejilla todo golpe dado a cualquier hombre del mundo”. Tendimos hasta aquí la otra mejilla. Las bofetadas redoblaron. Pero el corazón del malo no se ablandó. Pisotearon la verdad del justo. Del Cristo traicionaron la palabra. Transformaron su cruz en porra. Y después de que se hubieran vestido con su túnica, laceraron nuestros cuerpos y nuestras almas. Oscurecieron su mensaje. Lo que los occidentales tienen lo recibíamos como liberación universal. Entonces, nuestros ojos se abrieron a la lucha de las clases. No habrá más bofetadas.

Hay que proclamar que no puede haber salvación para nuestros pueblos, si radicalmente damos la espalda a todos los modelos que los charlatanes de la misma índole tratan de vendernos durante veinte años. Ningún desarrollo aparte de esta rotura. 

De repente, ese mundo es despertado por la subida vertiginosa de mil millones de hombres andrajosos, es asustado por la amenaza que supone para su digestión esta multitud acosada por el hambre, comienza a remodelar sus discursos y, en una búsqueda ansiosa, busca una vez más nuestro lugar, conceptos-milagros, nuevas formas de desarrollo para nuestros países. Basta para convencérselo de leer los numerosos actos de los coloquios innumerables y los seminarios.

Lejos de mí la idea de ridiculizar los esfuerzos pacientes de estos intelectuales honrados que, porque tienen ojos para ver, descubren las consecuencias terribles de los estragos impuestos por los susodichos “especialistas” en desarrollo en el Tercer Mundo. El temor que me habita es ver los resultados de tantas energías confiscadas por Prospéro de todo género, para hacerlo la varita mágica destinada a reenviarnos un mundo de esclavitud maquillado según el gusto de nuestro tiempo.

La pequeña burguesía africana diplomada, si la del Tercer Mundo, por pereza intelectual, habiendo merendado al modo occidental de vida, no está dispuesta a renunciar a sus privilegios. Olvida que toda verdadera lucha política postula un debate teórico riguroso y niega el esfuerzo de reflexión que nos espera. Consumidora pasiva y lamentable, ella se rebosa de vocablos-fetiche por Occidente como lo hace su whisky y su champán, en sus salones a la armonía dudosa.

Rescatamos en vano los conceptos de negritud o de “African Personality” marcados ahora por los tiempos, las ideas verdaderamente nuevas nacidas cerebros de nuestros “grandes” intelectuales. El vocabulario y las ideas nos vienen por otra parte. Nuestros profesores, nuestros ingenieros y nuestros economistas se contentan con añadir a eso colorantes porque, universidades europeas devolvieron sólo sus diplomas y el terciopelo de los adjetivos superlativos.

Es necesario, es urgente que nuestro personal y nuestros trabajadores de la pluma se enteren que no hay escritura inocente. En estos tiempos de tempestades, no podemos dejar a nuestros enemigos de ayer y de hoy, el monopolio del pensamiento, de la imaginación y de la creatividad. Hace falta, antes de que sea demasiado tarde (porque ya es demasiado tarde) que estas élites, estos hombres de África, del Tercero Mundo, les vuelvan la cara a su sociedad, a la miseria que heredamos, para comprender no sólo que la batalla para un pensamiento al servicio de las masas desheredadas no es vana, sino que pueden volverse creíbles en el plano internacional. Realmente inventando, es decir, dando una imagen fiel de su pueblo. Una imagen que les permita realizar cambios profundos de la posición social y política, susceptibles de sacarnos de la dominación y de la explotación extranjera que entregan nuestros Estados a la sola perspectiva de la quiebra.

Es lo que percibimos, nosotros, el pueblo burkinabè, en el curso de esta noche del 4 agosto de 1983, a los primeros centelleos de las estrellas en el cielo de nuestra Patria. Debíamos ponernos a la cabeza de levantamientos de campesinos que se miraban en los campos enloquecidos por la hijuela del desierto, agotadas por el hambre y la sed, abandonadas. Debíamos dar un sentido a las rebeliones gruñidoras de las masas urbanas ociosas, frustradas y cansadas de ver circular las limusinas de las élites enajenadas que se sucedían en la cabeza del Estado y que no les ofrecían nada más que las soluciones falsas pensadas y concebidas por otros cerebros. Debíamos dar peso ideológico a las luchas justas de nuestras masas populares, movilizadas contra el imperialismo monstruoso. A la rebelión pasajera, simple fuego de paja, debía sustituirse para siempre la revolución, la lucha eterna contra la dominación.

Otros han hablado antes que yo. Otros más, después de mí, dirán hasta qué punto se ensanchó el foso entre los pueblos pudientes y los que aspiran sólo a aplacar su hambre, su sed, sobrevivir y conservar su dignidad. Pero ninguno imaginará hasta qué punto “el grano del pobre alimentó la vaca del rico”.

En el caso del ex Alto Volta, el proceso era todavía más ejemplar. Éramos la condensación de todas las calamidades, que se derritieron sobre los países denominados “en vías de desarrollo”. El testimonio de la ayuda presentada como la panacea y a menudo anunciada a bombo y platillo es aquí más elocuente. Son muy pocos los países que fueron, como el mío, tan inundados de ayudas internacionales de toda clase. Esta ayuda es en principio considerada para contribuir al desarrollo. Busquemos en vano, en lo que fue en otro tiempo Alto Volta, los monos de lo que puede depender de un desarrollo. Los hombres, sea por ingenuidad o por egoísmo de clase, no pudieron, no quisieron dominar este flujo del exterior. Cogieron todo lo que quisieron y exprimieron, en interés de nuestro pueblo.

Analizando un cuadro publicado en 1983 por el Club de Sahel, Santiago Giri en su obra “Sahel Mañana”, concluye con mucho sentido común que la ayuda a Sahel, a causa de su contenido y mecanismos, es sólo una ayuda a la supervivencia. Sólo, subraya, el 30 por ciento de esta ayuda bastaría para que el Sahel sobreviviera. Según Santiago Giri, esta ayuda exterior tenía otros fines: continuar desarrollando los sectores improductivos, imponer cargas intolerables a nuestros pequeños presupuestos, desorganizar nuestros campos, cavar el déficit de nuestra balanza comercial, acelerar nuestra deuda…

Sólo algunos datos para presentarles el ex Alto Volta:
- 7 millones de habitantes, más de 6 millones campesinas y de campesinos.
- Un índice de mortalidad infantil de 180 por mil.
- Una esperanza de vida que se limita a 40 años.
- Un índice de analfabetismo del 98 por ciento, si concebimos el alfabetizado como el que sabe leer, escribir y hablar una lengua.
- Un médico para cada 50.000 habitantes.
- Un índice de escolarización de 16 por ciento.
- Y, por fin, un producto interior bruto por habitante de 53.356 francos CFA, es decir, de apenas más 100 dólares.

El diagnóstico, evidentemente, era sombrío. La fuente del mal era la política. Por eso, el tratamiento sólo podía ser político.

Por cierto, animamos a que nos ayuden a evolucionar sin ayuda externa. Porque, en general, la política de asistencia sólo nos llega para desorganizarnos, esclavizarnos, desestabilizar nuestro espacio económico, político y cultural.

Escogemos arriesgarnos para ser más felices. Elegimos practicar nuevas técnicas. Preferimos buscar formas de organización mejor adaptadas a nuestra civilización, rechazando de manera abrupta y definitiva toda suerte de imposiciones externas, para crear condiciones dignas, a la altura de nuestras ambiciones. Acabar con la supervivencia, aflojar las presiones, liberar nuestros campos de un inmovilismo medieval, democratizar nuestra sociedad, despertar los espíritus sobre un universo de responsabilidad colectiva, para atreverse a inventar el futuro. Reconstruir la administración cambiando la imagen del funcionario, sumergir nuestro ejército en el pueblo y recordarle sin cesar que sin formación patriótica, un militar es sólo un criminal en potencia. Ése es nuestro programa político.

En el plano de la gestión económica, simplemente hemos damos una lección. Aceptamos e imponemos la austeridad, con el fin de poder estar en condiciones de realizar grandes intenciones. Ya, gracias al ejemplo de la Caja de solidaridad nacional (alimentada por contribuciones voluntarias) comenzamos a responder a las cuestiones crueles derivadas de la sequía. Sostuvimos y aplicamos los principios de Alma-Ata extendiendo los cuidados primarios de la salud. Hicimos nuestra, como política de Estado, la estrategia del GOBI FFF, preconizada por UNICEF.

A través del Oficio de Sahel de Unidas las Naciones, pensamos que las Naciones Unidas deberían permitir a los países afectados por la sequía la puesta en pie de un plan a medio y largo plazo, con el fin de alcanzar la autosuficiencia alimenticia.

Para preparar el siglo XXI, vamos a aplicar el programa especial “Instruyamos a nuestros niños”, lanzando un programa inmenso de educación y formación de nuestros niños en una escuela nueva. Lanzamos, a través de la acción salvadora de los Comités de Defensa de la Revolución, un vasto programa de construcción de viviendas sociales, 500 en tres meses, de caminos, de pequeñas conducciones de agua. Nuestra ambición económica es trabajar para que el cerebro y los brazos de cada burkinabè puedan por lo menos servir para él mismo y asegurarse, al menos, dos comidas al día y agua potable.

Juramos, proclamamos, que en lo sucesivo, en Burkina Faso, nada más se hará sin la participación del burkinabè. Nada que previamente hubiera sido decidido por nosotros. No habrá más atentados a nuestro pudor ni a nuestra dignidad.


Fuertes de esta certeza, querríamos que nuestra palabra se extendiera a todos los que sufren en sus carnes, los que sienten que una minoría de hombres o un sistema que les atropella y aplasta se burlan de su dignidad de hombre. (…)

Extraído de su Discurso ante las Naciones Unidas de 1984

No hay comentarios:

Publicar un comentario